lunes, 6 de agosto de 2012

"Sentidos y sinsentidos de Andrés Sudón"

He encontrado en una vieja página web un texto que me ha gustado mucho releer. Lo escribió hace más de diez años mi querida Irma Correa. Ella estaba estudiando periodismo, y escribió este perfil como trabajo de clase. Se trataba de hacer el perfil de un artista, pero creo que fue más allá, aún me sorprende el profundo y cariñoso conocimiento que esta sensible e inteligente persona tiene acerca de mí.

He de decir que lo de "(...) lo que pretende no es comunicar, sino existir (...)", es cierto, aunque a día de hoy pretendo las dos cosas. Por lo demás me veo reflejado y, a veces, abrumado. Leerlo me ha transportado a esa época en la que estaba a punto de trasladarme a Madrid por primera vez, para vivir muchas aventuras y desventuras. Después de todo, no parezco muy diferente.

En estos días de verano, cuando cierto existencialismo me envuelve, me viene bien este reencuentro con mi yo del pasado. Pongo a continuación el texto:

Sentidos y sinsentidos de Andrés Sudón
por Irma Correa

Ojos

Los ojos de Andrés Sudón recuerdan a un cuadro multicolor y pluriforme, de esos que a primera vista aparecen sólo como un vestigio de lo que son, pero que concentrando todos tus sentidos en ellos terminan mostrándote nuevas formas y nuevas ideas. Una palmera. Una casa roja de dos plantas. Una ola. Un cocodrilo. Un tren. Lluvia.

Son unos ojos estáticos. Necesitan tiempo y pausas para ver lo que ven y canalizar lo que han visto. Se clavan y dejan clavados. Pero también rige en ellos la ley de la gravedad: escapan irremediablemente hacia el centro de la belleza.
 
Cuenta que cuando leyó "El Alquimista" de Paulo Coelho su vida retomó la consciencia de la abstracción. Hasta entonces, las cosas formaban parte de un todo circular. Primero las miraba, luego las veía, y por último las atrapaba para su colección personal. Sin embargo, siempre supo que todas y cada una de las esencias que guardaba tendrían un sentido específico. No guardaba por deleite, sino en condición de humano pensante. Por eso cuando leyó el libro supo por qué le gustan tanto la primavera, los gatos y las sonrisas.

Él no mira lo que todo el resto. Mirar está de más. Y está de más cuando se tiene gafas. Hay que ver. Esto lo supo con tres años, cuando le hicieron llevar gafas durante algunos meses sin tener falta de vista. Veía todo borroso y los primeros días se quejaba a su madre porque necesitaba ver la tele y dejar de tropezarse. Su madre le puso una goma a las gafas para que no pudiera quitárselas. Al final se acostumbró tanto a su difuminada realidad que no se acuerda de cuándo terminaron por quitarle las gafas, sino de todo el tiempo que vio a través de ellas. Sus ojos se adaptan pero nunca son sumisos.

Manos
.
Aunque lo habitual se verle tocar la guitarra, lo cierto es que sabe tocar varios instrumentos, entre ellos el violonchelo. Dice que es demasiado estático, que no le deja moverse. Quizá sea un sol sostenido, que le hace agarrotar las piernas para poder acariciarlo.

Pinta colores. A veces no sabe lo que está pintando. Otras veces pinta lo que sabe pero con formas que casi nadie entiende. Y la mayoría de las veces pinta lo que ve con sus oídos.
Le gusta escribir sobre este mundo y sobre muchos otros. su lenguaje es de una cotidianeidad asintática. Ha escrito poesía, cuentos, canciones y una novela. todos ellos son él. Es consciente de que los sujetos, los verbos y los predicados existen para enredar con ellos, no para sentirse sometido. Por eso cuando la gente lee lo que escribe no lo entiende. Precisamente porque lo que pretende no es comunicar, sino existir.
 
Su mano derecha tiene uñas largas. Con ellas rasga las cuerdas, desafía a la hamburguesa con queso y hace cosquillas a sus gatos Suiti y Luna. Todo esto hace que no pueda siquiera echar de menos jugar al baloncesto. Nadie necesita instantes de distracción para evadirse de una realidad poética.
 
Las venas de sus manos están visibles todo el tiempo. Son anchas y fuertes, pero no muy numerosas. Él dice que es de tanto tocar la guitarra. pero lo cierto es que hace tiempo decidieron alinearse para contraatacar a los focos sin nombre. Por si acaso.

Boca.

Aunque suene extraño tiene una boca con rayas. Porque no sólo tienen rayas sus labios, como todo el mundo, sino que cuando habla las palabras se van colocando en perfectos pentagramas, de tal manera que cuando habla, canta.
 
Suele decir que le cuesta cantar. Que le duele. Y no es que se quede ronco después de cada concierto, sino que su voz va coloreando el ambiente hasta que desaparecen los espacios en blanco. Es muy duro pintar con la voz.
 
Habla sin parar y le gusta que le escuchen. Dice cosas coherentes y otras que no lo son tanto, pero incluso estas penetran en las orejas del oyente como si fueran mantequilla. Recuerda un concurso de debate al que se presentó con su instituto hace años y en el que llegaron a la final. En las fases previas él y su grupo tenían perfectamente aprendidas las argumentaciones que habrían de dar en cada tema. por supuesto tanto a favor como en contra. Llegado el momento de su intervención en esta final, su cabeza y su boca dijeron "no" a lo que debía decir y no dijeron nada. Sólo silencio. Y aunque perdieron, disfrutó más de ese espumoso instante que de las palabras que no pronunció y que le hubiesen dado la victoria. Esas palabras no fueron pronunciadas porque nunca legaron a ser suyas.
 
Más de una de una vez le ha pasado que estando en un concierto el murmullo de la gente se convierte en un coro atonal. Entonces para. Se aleja del micrófono y sigue cantando. Pero si el desagradable ronroneo continúa vuelve al micrófono y canta para ellos, para los grillos. No sabe si le entienden o no, pero por lo menos les hace unirse a la melodía.
Alguien dijo una vez que el pensamiento es como un extraño río de luz que moja los rincones más cotidianos. Andrés moja sus días con pasos, cigarros y un cuaderno azul.

Nariz.

Andrés tiene una nariz especial. Despunta hacia el suelo y se anchea brevemente hacia los pómulos, más que nada para advertirles de que es ella la que se encarga de otear los imprevistos y los previstos. Sus pecas ennegrecen cuando algo no marcha del todo bien, y se vuelven naranjas cuando ha respirado hondo y lento.

Sobre su nariz descansan unas gafas de pasta azul. Antes que ellas, unas de color metal se movían inadvertidamente entre ojo y ojo. Las azules delimitan la frontera nariz-ojos. Son las gendarmes de su expresión facial. El único estado policial que Andrés permite en su cuerpo y en su vida.

Su nariz está acostumbrada a soltar la alarma cuando una persona desprende un hipócrito aliento de verdades. Entonces moquea, se arruga y se tensa. Sin embargo, el resto de su cara se relaja, mostrándose cordial y afectiva. No pasa nada, pero el olor perdurará hasta nuevo aviso en el cajón de los desconciertos"

Fotografía de José Antonio Morena que acompaña al texto en la página donde lo encontré

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